De acuerdo con Thierry Lodé, autor de la "teoría de las burbujas libertinas", el origen biológico del sexo está solo parcialmente ligado con la reproducción y la herencia genética y, por el contrario, la interacción es mucho más importante en su desarrollo evolutivo.
En un artículo anterior reseñamos cómo la reproducción sexual se podría explicar evolutivamente por el intercambio genético que permite entre los ejemplares macho y hembra de una especie (a diferencia de la reproducción asexual en que el contenido genético permanece sin cambio de una generación a otra) que, ante posibles depredadores, representa una ventaja de las nuevas generaciones con respecto a las anteriores.
Por otra parte, otra teoría, también ligada con la herencia genética de determinada especie, sugiere que el motivo principal del intercambio sexual es reducir la probabilidad de que se presente algún tipo de mutación. En este caso la reproducción sexual se habría desarrollado como un caso especial de reparación de ADN dañado en eucariontes.
Sin embargo, parece que ninguna de estas dos suposiciones satisfacen unánimemente a la comunidad científica, en donde no se termina de comprender los motivos netamente biológicos o evolutivos por los cuales existen las relaciones sexuales.
Para Thierry Lodé, biólogo francés de la Universidad de Rennes, Francia, el sexo nació en el marco de lo que llama su “teoría de las burbujas libertinas” [libertine bubble theory], según la cual el sexo debería considerarse
como un intercambio genético entre dos organismos, originado desde un proceso de transferencia de genes arcaico y horizontal entre las burbujas prebióticas en la superficie del océano, de las cuales se piensa que tienen una función mayor en la creación de células vivientes. Mi teoría sugiere que el sexo resulta de tres condiciones primitivas clave: primero, las burbujas se forman espontáneamente, creando un entorno favorable para el material genético; segundo, la naturaleza “promiscua” de estas burbujas permite la transferencia de material genético entre las más “libertinas” de ellas, conduciendo gradualmente a una cierta selectividad de la membrana y, tercero, el hacinamiento del ADN fomenta la recombinación meiótica primitiva.
Estas burbujas comenzaron de hecho a formar y comenzar a intercambiar material. Dado que las interacciones que involucran intercambio de material genético podrían ser un mecanismo por medio del cual un elemento auto-promovible dispersa información genética, las burbujas que practicaban el intercambio genético ganaron ventaja en tanto la renovación genética favorece la variación adaptativa.
En este escenario, concluye Lodé, el sexo sería «no una solución para la reproducción, sino una interacción primitiva».
Y quizá esta idea tenga mucho sentido para nuestros lectores.
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