A 10 años de la supuesta llegada de la democracia a México, existen varios factores, además de los gobernantes, por los cuales esta promesa de cambio político sigue sin concretarse del todo.
Hace diez años se inauguró la democracia en México y en el corte de caja ésta ha recibido más críticas que alabanzas. Acostumbrados como hemos estado a depositar toda nuestra fe en las capacidades presidente, también hemos culpado a los dos últimos políticos en el cargo de nuestro desencanto con los resultados del cambio. No obstante, sería bueno hacer un recorrido por la historia para ver si los defectos de la democracia obedecen solo a la mala gestión de Fox o de Calderón o si todos somos parte de la Fuenteovejuna que se ha ido encargando poco a poco del mal estado en que hoy se encuentra.
Unos más y otros menos hemos ido echándole leña al fuego para atizar el estado en el que hoy se encuentra: entre los que más, se encuentran los partidos de oposición en los diversos espacios en que se mueven. Lo cierto es que tanto el PRI como el PRD, cada uno en su estilo, han estado tratando de encender el descontento sin importarles que lo poco que se ha ido avanzando a favor de la democracia se vaya al diablo. Nada más dos ejemplos: la toma de la tribuna perredista del Congreso durante el último Informe de Fox –con la cobertura internacional del caso– y el rechazo sistemático de la mayoría de los estados gobernados por el PRI a abandonar las prácticas caciquiles de siempre, entre las que se encuentra el hacer uso del dinero público como si fuera parte de su hacienda y en darle de palos a quien quiere levantar la cabeza.
Otros de los que más han contribuido a que la democracia no prospere han sido los medios de comunicación tradicionales, las razones son muchas: una de ellas es que los medios han sido no solo cómplices sino socios del poder autoritario, pero hay otras como el hecho de que se haya intentado ponerle un freno a su floreciente negocio de la publicidad electoral y que esto haya desatado la furia de los titanes que ahora se dedican a promover la parodia de la política.
Pese a que los medios jugaron su papel en la transición, cuando ésta resulto en la alternancia su lugar en ella deja mucho que desear: por los sesgos informativos, la distorsión de los hechos y la falta de ética profesional con que se manejan. En nada ayuda a la democracia que los medios hagan parecer como imbéciles a los políticos que caen de su gracia y como héroes de telenovela a quienes se muestran dispuestos a “congraciarse” con ellos. Además, el sentido catastrofista de los medios no ha hecho más que acrecentar el malestar de todos por una situación que no es para nada la que esperábamos cuando aquel 2 de julio de 2000 Fox levantaba la V de la victoria.
Los grandes barones de la clase política no se quedan atrás en el daño que a diario le hacen a la democracia: todos ellos, ya bien sea en el poder cuidando su próximo hueso, o fuera de él al acecho para aniquilar a quien se interponga en su camino de regreso, han hecho todo lo que ha estado en sus manos para golpear y desconocer a las instituciones que podrían poner freno a sus excesos. Totalmente inconscientes de su lugar y su responsabilidad ante la historia, los líderes de los partidos y de las fracciones parlamentarias, los gobernadores, los secretarios de Estado y su “gente de confianza” se han enfrascado en disputas y descalificaciones personales que le restan toda calidad a su investidura y seriedad a la política.
El optimismo, falto de razón, de los presidentes con respecto a su paso por el poder es otro de los saldos de daño. Los discursos triunfalistas plagados de cifras sin sentido, la falta de sensibilidad para sumarse a la angustia de la gente común, el buscar siempre culpables de los asuntos que no han salido como ellos querían, el no querer dar golpes de timón cuando aún era posible cambiar la crítica situación han hecho que, pese a lo que ellos, su staff y sus encuestadores piensen, la gente les tenga un gran resentimiento y considere poca su inteligencia.
El que buena parte de la población del país haya optado por pasarse al “lado oscuro” de la delincuencia organizada es quizá el peor de todos los defectos de nuestra democracia, lo que los hacedores de opinión han denominado “Estado fallido”, en el más puro estilo alarmista que los caracteriza, es sin duda la situación que más nos entristece y atemoriza a todos, y la que a muchos les comienza a despertar añoranzas amnésicas de un glorioso pasado autoritario.
¿Qué lugar tenemos los ciudadanos de a pie en Fuenteovejuna? El malestar, la indiferencia y la violencia son manifestaciones de una sociedad que no se encuentra a gusto con la democracia porque quizá veía en ella una varita mágica que convertiría la austeridad en un populismo de la abundancia. Esto no ha sucedido ni sucederá y quizá lo que si se ha alcanzado en términos de libertades no tenga mucho valor para quienes tienen necesidades más concretas.
Un querido alumno mío se refería a esta situación que padecen las nuevas democracias como la borrachera democrática y, siendo así, la resaca de los diez años nos está siendo severa. Seguro que en estos días todos estaremos invocando a diosito y ofreciéndole que seremos más responsables si nos quita la cruz atravesada, pero ¿nos durará mucho la buena intención como para tomárnosla ahora si en serio o seguiremos instalados en la cómoda postura de criticar y desconfiar, como espectadores inmóviles, frente a las fuertes dosis de alcohol del 96 que nos despachan los que toman las decisiones?
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